7 aprendizajes de la Montaña

Me propuse que cada mes haré un reto para mí misma, al igual que viajar a un nuevo lugar para conocer y aventurarme a algo que me haga salir de la zona de confort. Este mes de Enero, viajamos a esa montaña que ves por carretera camino a Colima: el Nevado de Colima.

El famoso novio y yo nos fuimos el sábado para regresar el domingo. El itinerario era algo así:

Sábado:
Llegar a la zona de camping.
Cenar.
Disfrutar.
DORMIR TEMPRANO.

Domingo:
Levantarse a las 8.
Semi desayunar.
Subir el nevado (4 horas en total).
Bajar para desayunar-comer.
Regresar a casa.

No fue algo así.

El miedo, la angustia, la ansiedad y el “no puedo” me invadieron todo el tiempo. No sabía por qué estaba tan abrumada de tantas voces en mi cabeza en constante charla negativa. Agradezco mucho que la meditación estuviera presente y ese novio que me acompaña, es y será un guía EXCEPCIONAL.

Al empezar a caminar, se miraba fácil, todo marchaba bien pero no contaba con que me daría el mal de altura: el mal de la montaña. Comencé a tener taquicardia, CANSANCIO, sueño y mucha sed. ¿Qué me estaba pasando? Si yo hago ejercicio constante, se supone que tengo condición… o eso creí.

Seguíamos subiendo y teníamos que pausar cada 5 metros. Me sentía mal conmigo misma pero ahí fue el primer acto de aprender:

Sé paciente y amable contigo. No vale la pena que te compares con quien va adelante o va atrás. Es tu proceso así que, disfruta el camino.

Empecé a repetir en mi mente muchas de las cosas aprendidas en clase de meditación, cosa que me ayudó bastante. Me hizo calmar mi mente, mantenerla en el presente y en el paso a paso, poquito a poquito. Ahí entendí lo segundo:

No le brindes atención a eso que te detiene, bríndale atención a aquello que te libera y empuja para salir adelante en paso constante, con felicidad y lealtad a ti misma. ¡Todo se puede!

Se cumplieron las dos horas y aún no llegábamos a la cima, estábamos a la mitad del camino. Sentía mi cuerpo cansado, mi mente cansada, pero algo que no se debilitaba ni un sólo segundo era la confianza en mi novio. Sólo me repetía: tú puedes, falta poco, podemos descansar en esa piedra que está a pocos metros, sigue empujando, ¡vamos!
Increíblemente la montaña nos estaba enseñando a confiar en pareja. Jamás me lo habría imaginado. Ella nos dijo:

Confía en el otro. Son un equipo, van juntos. Empiezan juntos, terminan juntos.

Cuando menos lo esperé, ya estaba a escasos metros de una bandera budista colgada en una cruz. ¡Habíamos llegado a la cima! Estaba arriba, estaba junto a él y no podía creerlo. Comencé a llorar y a simplemente agradecer.

Tercer aprendizaje:

Eres más capaz de lo que crees. Siempre agradece a tu cuerpo cada esfuerzo, cada paso, cada respirar. ¡Estás viva! Disfruta.

Tomamos fotos, reímos, firmamos el libro, conocimos a más personas e intercambiamos contactos. Chulada de experiencia estando en la cima. Disfrutando con toda la actitud, pero era momento de bajar. Bien dicen que la mitad del camino es llegar a la cima y te das cuenta de eso porque ves hacia abajo y TIENES que bajar.

Comenzamos el descenso, él y yo, paso a paso, confiando, despacio pero seguro… Cuando en eso, unos personajes aparecieron y empezaron a dudar del camino que estábamos trazando. Sólo pude escuchar: “Tenemos que subir a la bandera de nuevo. Necesitamos bajar por donde subimos.”

Se me destrozó el corazón y la fuerza mental que hasta ese momento había hecho. Me solté en llanto y en un ataque de ansiedad que no podía explicar. Mi novio comenzó a llorar igual. Cada uno tenía sus motivos con nombre y apellido: culpa, cansancio, ansiedad, estrés, egoísmo, etc.

Llamamos al 911, más bien, llamé al 911 porque de verdad sentía que no podía hacerle más a esa situación. ¡Arriba México! Jamás llegaron o apoyaron. Mi novio me miró con cara de decepción y le dije: Nadie va a venir, ¿verdad? y él sólo movió su cabeza diciendo que no. En ese preciso instante algo en mí, me levantó del suelo y con muchas más lágrimas empecé a subir de nuevo.

Imagínate la escena, Arelí llorando mares, escalando piedra a piedra, el dolor de piernas intenso, las rodillas quemando y la mente repitiendo “debes salir de aquí”. Verdaderamente el espíritu de supervivencia salió a relucir.

Llegamos a la bandera por segunda vez, ahora estábamos solos y el sol estaba preparándose para el atardecer.
– Tenemos que ganarle al sol. – dijo mi novio.
Asentí con la cabeza y comenzamos el descenso.

Cuarto aprendizaje:

Tu mente es MUY poderosa, no le des el poder de controlarte cuando necesitas mantener la calma, salir adelante y confiar en que se puede salir adelante.

Comenzamos a bajar a muy buen ritmo. Reíamos en algunas zonas, veíamos la luz desvanecerse poco a poco, pero no ocultarse. La seguridad empezó a aumentar porque esperábamos llegar antes de que el sol se ocultara por completo.

Esperábamos.

Linda, creo que tenemos que regresar, este camino nos va a sacar por detrás del campamento y tendremos que rodear. – me dijo mi novio.

¡¿Y ahora?! – Le contesté

Me señaló hacia atrás y ni modo, a regresar al punto donde más caminos cruzaban.
Se sintió como cuando me dijo que teníamos que subir de nuevo para bajar.
Comenzamos a caminar hacia atrás y al llegar, nos dimos cuenta de que el camino nuevo era muchísimo más peligroso que por donde íbamos.

Sin lámpara, sin señal, sólo él y yo.

– Tenemos que ver carretera, con ver carretera la seguimos. – le dije.
Retomamos el camino anterior y el frío empezó con fuerza. La oscuridad ya era la realidad. Con mi celular alumbramos y nos tomamos de la mano. Me dijo: no me sueltes. Y ahí entendí el quinto aprendizaje:

Aférrate a encontrar tu bienestar y salida de los problemas que te generan malestar. No te sueltes de esa salida, de esa persona que te motiva, de esas respuestas que te hacen ver que aún hay luz en la oscuridad. Sigue luchando.

Caminamos y ¡ALELUYA! carretera.

Comenzamos a caminar y yo en desesperación comencé a tocar un silbato. Me respondió el silencio del bosque.

El miedo me inundó, pero ahí estaba él. Me decía cosas para tranquilizarme y tomaba mi mano con más y más fuerza.

– ¡Mira! Ese letrero lo vimos cuando estábamos subiendo. El campamento está cerca. –

En efecto, la travesía llegaba a su fin. La montaña se despedía con un “regresen pronto”. Yo sólo estaba rezando, pidiendo a gritos que todo saliera bien, que saliéramos bien de esto y me enseñó mi sexta lección:
Ten fe. Porque sí, la fe mueve montañas, mueve a tu cuerpo a hacer cosas inimaginables, pensar cosas que jamás habrías pensado, pero sobre todo a continuar resolviendo situaciones donde no ves salida. Ten fe en ti.

Seguimos y seguimos.
Apuntó el celular hacia adelante y la camioneta estaba frente a nosotros.

Saltamos de felicidad, nos abrazamos, lloramos y celebramos. Llegamos con moretes, golpes, raspones, pero juntos.

La montaña me dio 7 aprendizajes, del cual el séptimo fue: ámate a ti y de la misma manera ama al prójimo. (suena cliché pero déjame explicarte) Si mi novio no se amara a sí mismo, se hubiera abandonado en el camino, presionándose, sin compasión ni paciencia; hubiera hecho lo mismo conmigo, pero no fue así.

Si yo no me amara, no hubiera respetado mis tiempos, no hubiera salido de ahí, no me hubiera preocupado por mi seguridad, como la de mi novio.

Como me amo, te amo.

El amor atraviesa fronteras. La fe mueve montañas. Juntos son la fórmula perfecta para hacer de tu mente la herramienta más fuerte frente a la adversidad.

¡Gracias, montaña! Me encantó conocerte y por supuesto, volveré a verte y a tener otra aventura en búsqueda de aprendizajes como los que me dejaste hoy.

Gracias cuerpo.
Gracias novio.
Gracias a mí.
Gracias a ti, que leíste hasta acá.
Gracias, gracias, gracias.